Por Horacio Ricardo Silva (*) – redactor de Una Voz de Cañada Seca.
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Nicolás Gabriel Quesada, según su perfil de Facebook; una vida tronchada a los 17 años. |
onvocada por
familiares y amigos del joven de 17 años, que fuera atropellado y abandonado por
un vehículo desconocido en Línea Ancha el pasado 25 de enero, una columna de
200 personas partió de la Comisaría 42a. y recorrió las calles Sarmiento, Ruta
143 y Schestakow, portando carteles con la leyenda “Justicia por Nico”, y acompañando
con batir de palmas su reclamo de justicia.
Una muerte prematura
e llamaban
cariñosamente “Petaca”, y era hijo de una familia de trabajadores. Camila Piña,
amiga suya desde los 14 años, lo recuerda así: “Nico era bueno como el pan; no se metía con nadie, no tenía problemas
con nadie”.
Salto de las Rosas fue su pueblo natal, y el lugar donde
tempranamente le arrebataron la vida. Como tantos jóvenes, no pudo conseguir un
empleo digno y estable en su propia tierra; pero en lugar de abandonarse a la
degradación de la delincuencia, el alcohol o las drogas, Nicolás se fue con su
padre a trabajar en la lejana provincia de Santa Cruz.
No obstante extrañaba a su madre, Silvia Araya, y a sus tías, primos
y abuelos; y en cuanto pudo, atravesó los casi 2.000 kilómetros que lo
separaban de su familia, para nutrirse de sus afectos. Jamás lo hubiera hecho;
Cañada Seca es territorio de violencia, marcado por la inconsciencia criminal
de muchas personas que, habilitadas por un registro de conducir que no merecen,
ponen en riesgo la vida de sus semejantes.
El sábado 24 de enero, Nicolás salió a encontrarse con sus amigos y
primos; después de separarse, caminaba solo por Línea Ancha, la calle donde
vive su madre. Y hacia la madrugada del domingo 25, un vehículo no identificado
lo arrolló y abandonó a su suerte, sin piedad ni remordimientos.
Poco antes de las cinco de la mañana, fue encontrado tirado en el
pavimento, en estado agonizante; unas personas que acertaron a pasar por allí, se
detuvieron a auxiliarlo, y llamaron a la Policía. Pero ya era tarde; Nicolás
murió mientras era trasladado al hospital.
“Queremos Justicia”
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Inicio de la marcha. |
acia las 20
horas del 13 de febrero, la plaza Manuel Belgrano de Salto de las Rosas comenzó
a poblarse de asistentes a la marcha, que se quedaron esperando en las
inmediaciones de la Comisaría 42°. Entre las autoridades presentes, se hallaban
el delegado municipal Alfredo Riera, y el concejal Alfredo Morán, quienes se
comprometieron a gestionar el pintado de una estrella amarilla por Nicolás en el
lugar del crimen. Por otra parte, el subcomisario Gustavo Manquepi, de la 42a.,
dialogaba con la madre de Nicolás y otros familiares, explicándoles las
actuaciones que había estado llevando a cabo el personal policial.
A las 9 de la noche, ya se había congregado el total de la
concurrencia; un corte total de luz que afectó a la zona, agregaba un aire
triste y sombrío al dolor popular.
Para comenzar, se esperaba la presencia de un móvil de Telesur –
Canal 6 de San Rafael, que había comprometido su asistencia; pero el móvil no
apareció.
Entonces, ante la sola presencia de dos periodistas de Una
Voz de Cañada Seca, se dispuso la formación de la columna, que partió
de la Comisaría a las 21:20. Al comenzar a doblar la esquina en la calle
Sarmiento, otro conductor desaprensivo pasó de largo sin aminorar la marcha,
rozando peligrosamente a la cabeza de la columna.
Ante ese hecho, un patrullero policial se dispuso a encabezar la
marcha, que completó su recorrido en veinte minutos. Durante todo el trayecto,
no se oyó ningún tipo de insultos ni improperios; sólo el batir de palmas, y
las voces a coro que reclamaban: “Queremos
Justicia”.
Al arribar al punto de partida a las 21:40, la columna se concentró
frente a la Comisaría, donde Victorina Rodríguez —tía segunda del joven
asesinado— dirigió unas palabras a la concurrencia.
Comenzó agradeciendo el apoyo de los presentes, y pidió que “estén
atentos”, ante un próximo corte de ruta. En este punto, dirigiéndose al
personal de la 42a., aclaró: “y si la
policía nos acompaña, muchísimo mejor”. Expresó también el sentir popular
con esta significativa expresión: “Nosotros
sentimos un dolor inexplicable, y necesitamos justicia”.
Estas últimas palabras mueven a una profunda reflexión. No se pide
venganza, ni la aplicación de la Ley del Talión, aquella que reza “ojo por ojo, diente por diente”. Muy
lejos de ello, la familia dice que “necesita”
justicia. Porque, de quedar impune el crimen de Nicolás, ninguno de ellos
podría asumir tan dolorosa pérdida, y continuar honrando a la vida, que continúa en los más pequeños.
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Victorina Rodríguez hablando al público. |
A continuación, otra tía de Nicolás se dirigió directamente a las
cámaras de Una Voz de Cañada Seca, humilde medio vecinal, para
dirigirse a toda la población de San Rafael. Pidió, con brillo de lágrimas en
sus ojos y la voz algo quebrada: “no nos
abandonen. Todos tenemos hijos, todos tenemos familia; vive mucha gente en San
Rafael, y somos muy pocos aquí. No nos dejen solos; ayúdennos, por favor. Y
ojalá que nunca les pase lo mismo a ustedes”.
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Tía y madre de Nicolás. |
Silvia Araya, la madre de Nicolás, estaba a su lado. Al terminar la alocución, su hermana Viviana se acercó a ella, y se produjo un momento altamente emotivo: las dos mujeres se
estrecharon, llorando, en un profundo abrazo; que fue seguido primero por el
respetuoso silencio de la concurrencia, para irrumpir después en aplausos
repletos de amor y humanidad. —Todavía queda algo decente en el género humano—
pensó, para sí, este cronista.
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El abrazo que conmovió a todos los presentes. |
A continuación, habló la madre de Nicolás, visiblemente emocionada.
Dijo muy pocas, pero muy sentidas, palabras. Agradeció también, profundamente,
al apoyo recibido en esta marcha; y anunció que “esto no va a terminar acá; porque no aparecen los culpables”. Y terminó
con una frase que conmovió más aún a los presentes: “Ustedes saben lo que era mi hijo”.
Para entonces, ya había arribado el titular de la 42a., comisario Jorge
Andino, quien había sido convocado de urgencia para dar una respuesta a los concurrentes.
Vestido de civil, y utilizando un tono de voz adecuado a las circunstancias, entre
didáctico y contenedor, comenzó haciendo una breve reseña de lo sucedido desde
aquella madrugada fatal.
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El comisario Andino, de civil, poco antes de dirigirse al público. |
Explicó que ese fin de semana se encontraba de turno, y que se trabajó
con la mayor celeridad posible; que tuvo que “molestar a amigos y familiares para que se acercaran a la Comisaría a
prestar declaración”, y que se trasladó hasta El Nihuil con un equipo de la
Policía Científica, para efectuar un peritaje del vehículo de un vecino, que
justo había pasado por el lugar, y que se sospechaba fuera el responsable.
A continuación expresó que, hasta el mediodía del domingo —en que se
recibió el informe del médico forense— no se sabía a ciencia cierta cuál había
sido la causa de la muerte de Nicolás: “La
investigación había llegado hasta allí; y a través de la Distrital, pedimos a
los medios que se presenten testigos, para resolver el caso”.
En ese punto fue interpelado por Aldo Quesada, padre de Nicolás, que
viajó inmediatamente desde Santa Cruz al enterarse de la noticia de la muerte
de su hijo.
Quesada, visiblemente emocionado, expresó sus sospechas de que
existiera algún tipo de encubrimiento, al preguntar al comisario Andino por qué
no se revelaban los datos conservados en el celular de Nicolás. Para el
atribulado padre, en el cruce de llamadas y mensajes tendría que encontrarse la
evidencia de su muerte: “¿por qué no
saben con quién iba a encontrarse él?”, dijo.
Andino respondió que el personal policial se limitaba a cumplir las
directivas de la Fiscalía de Instrucción, y que el análisis del celular había
quedado a cargo de Delitos Tecnológicos, organismo que no reporta a la
comisaría actuante, sino directamente a los juzgados, según aseguró.
A continuación, Quesada y los familiares obtuvieron por primera vez,
a 19 días del hecho, información sobre a quién debían dirigirse para enterarse
de las novedades en la causa: el fiscal Mauricio Romano, de la Primera Fiscalía
Correccional.
Una reflexión
asta aquí, la
crónica fiel de los sucesos. Más allá de que las dudas de Aldo Quesada sean
fundadas o no —esto se debe investigar de manera fehaciente—, y de las
reflexiones sobre la perversidad humana que surgen de la conducta criminal de
muchos automovilistas, hay un elemento de esta historia que apena y acongoja a
aquellos que no han perdido, aún, una pizca de sensibilidad.
Una familia ha quedado destrozada. Una vida que requirió de 17 años
de cuidados, educación, protección, desvelos, quedó eliminada de este plano de
existencia universal, en el breve lapso de unas pocas horas.
¿Cuál es la reacción del cuerpo social, y de las instituciones, ante
un hecho como éste? La nada. “A mí no me pasó, esto no es problema mío”. Puede
el lector imaginarse el desgano con que es recibida la familia en los
organismos oficiales: “tiene que esperar, señora, aún no sabemos nada”; “vuelva
la semana que viene”. Y así, eternamente, hasta que la familia se harta de ser
abandonada por las instituciones y se resigna, o alza la cabeza y grita: “¡Es
mi derecho que se haga Justicia!”.
Acaso la cuestión no sea la resolución mágica del hecho. Si no hubo
una intencionalidad criminal, y si no existe un encubrimiento, el hecho se reduce
a la hora solitaria en que una persona desalmada mató accidentalmente a una
criatura, y huyó para evitar el dar explicaciones, lo que la convierte
automáticamente en criminal, por abandono de persona.
Ni la Policía ni nadie, en tal caso, puede adivinar quién fue el
asesino. Pero sí hay una cosa que todas las autoridaes —policiales, judiciales,
gubernamentales— tienen la obligación de hacer: brindar contención, acompañamiento psicológico, la presencia de algún
mínimo funcionario que haga sentir a las personas que el Estado no las
abandona, que está con ellas, que vela por sus derechos.
Acaso sea ésta una utopía irrealizable, acaso no. En todo caso, allí
está el dolor de la familia Quesada-Araya, la presencia de las tías Victorina y
Viviana, de los papás Aldo y Silvia, de ambos abuelos —paterno y materno— que
estaban allí, en la plaza Manuel Belgrano de Salto de las Rosas, acompañando el
dolor de sus hijos por la pérdida de su nieto.
Allí está todo ese dolor. Y nadie, de no haber organizado esta
marcha, se habría ocupado de explicarles, tan sólo, que sus preguntas tenían
que ser formuladas ante un doctor de apellido Romano; el cual —seguramente— no
tiene tiempo para ocuparse de los sentimientos del prójimo.
Cañada Seca, y con ella todo San Rafael, ya
no creen en lágrimas.
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Los vecinos Quesada y Araya, abuelos de Nicolás. El texto que sostiene Araya en su mano reza: "Ayúdeme!!". |
(*) Horacio Ricardo Silva (Bs. As., 1959) es escritor, historiador y periodista. Ha publicado artículos en las revistas Todo es Historia, Caras y Caretas, y en cantidad de otros medios gráficos, digitales y radiales. Su libro "Días rojos, verano negro" (Bs. As., Anarres, 2011) ha recibido elogiosas críticas de medios como Revista Ñ, diario La Prensa, Agencia Télam, diario Tiempo Argentino; y figura en el catálogo de la New York Public Library, en los EEUU. Radicado desde hace dos años en San Rafael, actualmente es redactor del periódico comunitario Una Voz de Cañada Seca.