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odría haberse
quedado en su casa, cuidando que no le robaran la garrafa; sobre todo en estos
tiempos, en que conseguir el precioso artefacto en Salto de las Rosas, equivale
casi a la proeza de hallar un tesoro enterrado.
Podría haberse quedado; pero no. El comandante Pablo Franciulli
tenía algo más importante que hacer, aquel aciago miércoles 1° de julio: la
extinción de un incendio en la Ruta Provincial 160, que afectaba la línea del
proyectado gasoducto a San Luis.
El alerta le había llegado, como es habitual, por fuera del
protocolo del sistema de emergencias: el CEO-911, como ha señalado repetidas
veces este periódico, se niega obstinadamente a cumplir con su responsabilidad.
De ese modo, el Cuartel se enteró del siniestro a través de un llamado
efectuado desde la Comisaría 42a. de Cañada Seca.
Como es habitual también, Franciulli hizo caso omiso del
acostumbrado “ninguneo” oficial, y concurrió a la cita; más preocupado en
cumplir con su misión, que en las pequeñas miserias de burócratas y
funcionarios.
Una vez extinguido el incendio, comprobó que el fuego había quemado
una caja de comandos del gasoducto, razón por la cual dio el aviso a la empresa
Ecogas, y al CEO-911. Pero el destino le iba a deparar una desagradable
sorpresa.
La operadora del CEO-911 respondió a su llamado con un altanero: “no
puede ser, el único incendio que tenemos registrado está localizado en Real del
Padre”.
El comandante, haciendo gala de una paciencia ejercitada durante
siete largos años de “ninguneo” oficial, pidió hablar con el supervisor. Tuvo
que insistir para vencer la inercia burocrática de la operadora, hasta que
finalmente le atendió una mujer, la cual —de muy mala gana y en un tono seco y
cortante—, insistió con terquedad en que el siniestro del gasoducto no podía
existir, debido a que no figuraba en los registros del CEO-911.
No obstante este desaire, una sorpresa más ingrata aún le esperaba
al comandante al regresar a su casa, y comprobar que le habían robado la
garrafa, mientras él extinguía el incendio del gasoducto.
Hacían ya dos noches que sus perros ladraban por la madrugada, pero
no les había hecho caso. Al comprobar el faltante del artefacto, su mirada se
orientó hacia el cerco lindante con el vecino, cubierto por las grateas que
había plantado, y que alcanzaban casi los tres metros de altura.
Y en ese avistaje comprobó, con amargura, que alguien había cortado
las grateas; de tal modo que, desde la finca vecina, se podía ver con toda
comodidad el patio de su casa, donde estaba instalada la garrafa.
Acto seguido Franciulli encaró a su vecino, para amonestarlo por el
corte de las grateas y la desaparición del artefacto; pero éste reaccionó de
muy mala manera, y se produjo un fuerte altercado entre ambos. Al día
siguiente, una comisión policial de la Comisaría 42a. se presentó en el
domicilio del comandante, con una orden de allanamiento emitida por la 1a.
Fiscalía en lo Correccional, a cargo del doctor Mauricio Romano. La causa, que
lleva el N° 515/15, está caratulada como “Averiguación Amenazas”.
El vecino, cuyo comportamiento deja un serio margen de duda sobre la
honorabilidad de su proceder, había presentado
una denuncia ante el Poder Judicial.
Una Voz de Cañada Seca estuvo
presente durante el allanamiento, que fue efectuado con toda corrección por el
personal policial, a las órdenes del subcomisario Gustavo Manquepi.
Al retirarse los policías, este cronista quedó a solas con
Franciulli. Pero algo parecía haberse quebrado en el interior de aquel hombre
íntegro; acaso, la fe que lo mueve a cumplir con su misión de Voluntario, en la
cual arriega la vida por sus vecinos, pero recibiendo por toda recompensa, la
más grosera ingratitud.
Sí: un cambio se había producido en el Comandante. Había decidido no
volver a “sacarle las papas del fuego” al CEO-911, no volver a padecer su
constante maltrato. Y esto se evidenció en presencia de este cronista, cuando en
la terminal VHF que tiene en su casa, recibió un llamado del Cuartel, solicitando
autorización para proceder ante un incendio, cuyo alerta había sido dado
—nuevamente— por el personal de la Comisaría 42a.; el mismo que, unos instantes
antes, había cumplido la orden de allanar su domicilio.
—Negativo —contestó el Comandante. — Responda que sólo vamos a
actuar respetando el protocolo de Emergencias; tiene que ser el CEO-911 quien
nos llame de manera directa.
Instantes después llegó un nuevo llamado del Cuartel, informando que
la 42a. insistía en pedir la ayuda de los Bomberos Voluntarios.
—Negativo —volvió a contestar Franciulli. —Que nos llame el CEO.
Luego de unos momentos, sonó el celular privado del Comandante; el
llamado provenía de un “Número Desconocido”, como pudo observar el cronista de Una
Voz de Cañada Seca. La persona que llamó, insistió en requerir el
concurso de los Voluntarios para el siniestro que se había declarado; a lo cual
Franciulli respondió secamente, “usted debe cumplir los protocolos de
Emergencia. Le ruego que llame al celular del Cuartel, 0260-469-0009”.
La voz inquirió con quién estaba hablando, a lo cual le respondió:
“Con el Comandante del Cuerpo de Bomberos Voluntarios, Pablo Franciulli. Ahora,
tenga a bien llamar al Cuartel”.
Eran las 15.04, cuando volvió a sonar el VHF desde el Cuartel:
“Comandante, acaban de llamar del CEO-911, solicitando ayuda para actuar en el
siniestro”. Cinco minutos después, Franciulli subía con su uniforme a la
autobomba, que lo pasaba a buscar por su casa, para salir raudamente hacia
Calle Castro y Callejón Barruti; donde se procedieron a extinguir dos focos de
incendio, que afectaban a las fincas de las familias López y Giménez.
Al salir, este cronista preguntábase qué clase de fuego sagrado
inspiraba el accionar de hombres como Franciulli, y como los integrantes del Cuerpo
de Bomberos Voluntarios, quienes batallan diariamente contra los incendios,
devoradores de vidas y bienes; pero que deben batallar también, contra la grosera
ingratitud humana, devoradora de sueños y de energía vital.
Un acre hedor llegó a su olfato, mientras desandaba el camino hacia
la Redacción de este periódico; el amargo aroma de la injusticia, que en Salto
de las Rosas, huele a gas.
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Una Voz de
Cañada Seca
es auspiciada por los siguientes comerciantes del
Distrito:
Autoservicio
“La Ruta”, de Alberto Gimenez.
Bar “El Viejo”, de Pedro Pablo.
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“Centro de Parrilladas”, de José Quisper.
Consultorio Clínico del doctor Juan Carlos Giordano.
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Despensa
“Las Banderitas” - El Tropezón.
Despensa “El Gringo”, de Néstor Blasco.
Despensa “El Gringo”, de Néstor Blasco.
Farmacia
“San Cayetano”, de Heber González.
Farmacia
“San Pablo”, de Sandra Ramos.
Fiesta
Nacional del Caballo / Club General San Martín.
Lubricantes
“M y M”, de Adriana y Gustavo
Marchessi.
Mercadito
“Brandon” - El Tropezón.
Panaderia
“El Buen Sabor”, de Paola Peñaloza.
Polirubro “Marianela”.
Pollería “Pechugas”, de Ramiro Pereyra.
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Pollería “Pechugas”, de Ramiro Pereyra.
Seguros
Jorge A. Villalón.
Supermercado “Dani”, de Danilo Lombard.
Supermecado “Las Rosas”, de Alberto Pérez .
Taller Mecánico “Santarossa”, de Roberto Santarossa.
Tienda “Nahir Sport”, de Rubén y Gaby Compagnone.
Supermercado “Dani”, de Danilo Lombard.
Supermecado “Las Rosas”, de Alberto Pérez .
Taller Mecánico “Santarossa”, de Roberto Santarossa.
Tienda “Nahir Sport”, de Rubén y Gaby Compagnone.
“Todo
Moto”, de Marcelo Montoya.
Vinería
“Ramos”, de José Ramos.
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